En mi primer viaje a Japón, ya hace unos cuantos añitos, conseguí realizar uno de los objetivos que todos los visitantes a aquel país tienen en mente hacer pero que solo unos pocos consiguen realizar. La escalada a la montaña emblemática del Japón, el monte Fuji.
Para ser sinceros, la subida al Fujiyama aun siendo un objetivo ya planeado, no era una meta esencial dentro de nuestro planning, por tanto dependiendo de las circunstancias podíamos sacrificar la ascensión. Para decir más, solo había una persona dentro del grupo decidida de todas todas a subir el Fuji. Sin embargo, como pronto explicaré, fue él uno de los que finalmente no pudo subirlo. Pero antes una pequeña explicación de la montaña más mítica del Japón:
Esta legendaria montaña símbolo del país, de la que dicen que tiene el nombre de la deidad del fuego Ainu, ha sido venerada y admirada durante siglos, encontrando referencias en textos tan antiguos como "
El cortador de Bambú", una de las obras cumbre de la literatura japonesa. Pero ni en su cima se haya el elixir de la vida ni se creó en un día como explican otros escritos de la época. La montaña sagrada en realidad es un volcán extinto desde 1707 que se sitúa entre las prefecturas de Shizuoka y Yamanashi, pero pudiéndose ver también desde Tokyo, Chiba, Kanagawa o incluso desde Saitama. Rodeado por 5 lagos, es típico que se hagan rutas para contemplarlo desde ellos mientras se disfruta de la naturaleza de los alrededores.
Por lo que se refiere a la subida en sí, se puede realizar durante los meses de julio y agosto, aunque en algunas rutas se puede alargar algunos días de septiembre. El ascenso se puede hacer por varias rutas ya establecidas como las de Kawaguchiko al norte, la de Subashiri al este y las de Gotenba y Fujinomiya al sur, estas cuatro rutas comienzan desde un correspondiente punto 5, campos bases que se sitúan a una cierta altura de la montaña, y a los cuales se puede acceder con un correspondiente autobús. El punto 5 más elevado es el Fujinomiya que esta a 2400 metros, a tan solo 1376 metros de la cima, mientras que por otro lado el más bajo es el de Gotenba a 1440 metros de altura. Durante estos trayectos de la escalada, se pueden encontrar varios campos bases que van numerados del 6 al 10, siendo este último la cima. No obstante, es normal encontrar varios campos bases o áreas de descanso con el mismo número dando la sensación de una ascensión interminable. Por otro lado, antiguamente la montaña se escalaba entera desde varios caminos, siendo el más conocido el de Yoshida, sendero que luego a más altura confluye con el de Kawaguchiko. De todas formas estas escaladas eran más lentas y tranquilas, pudiendo suponer varios días, por ello prepararon varios estaciones de té donde los escaladores podían descansar y reposar. Sin embargo el problema de estas ascensiones era atravesar el bosque de Aokigahara, situado en la falda del Fuji. El conocido por "mar de árboles" es un bosque donde no es muy difícil perderse, además de tener el riesgo de poder encontrar algún que otro oso por la zona, que aunque normalmente huyen por la presencia humana, no deja de ser un peligro. Pero sin embargo, por lo que se conoce más Aokigahara es por ser uno de los lugares escogidos por la mayoría de japoneses que deciden cometer suicidios colectivos, de esa manera no es raro el día que anuncian haber encontrado restos humanos perdidos en la frondosidad del bosque. Debido a esto, a la falda arbolada del Fuji le rodea un aura de temor y superstición.
Volviendo al viaje en cuestión, de las siete personas que éramos, un grupo de cuatro y otro de tres, solo dos personas habían decidido no subir a la gran montaña de antemano, una por cada grupo. Los demás teníamos la fecha en mente ansiando que llegase, sin embargo el día previo a la ascensión, un percance nos hizo replantearnos la subida. Debido a que nos retrasamos en nuestro regreso de Hiroshima, cuando llegamos a Tokyo ya era demasiado tarde para poder enlazar correctamente las líneas de la JR. Con lo cual solo nos dio tiempo de llegar hasta la estación de Minami Urawa que enlazaba con la Musashino Line la que nos tenía que haber llevado a nuestra estación de Minami Koshigaya, donde teníamos el hotel. De esta forma nuestro grupo de 4 se quedó sin transporte público que nos llevase hasta Koshigaya. Pero como vimos que de Minami Urawa a Minami Koshigaya habían tan solo dos paradas decidimos hacerlas andando, sin embargo durante nuestro trayecto perdimos la referencia de las vías del tren con lo que acabamos haciendo un recorrido mucho más largo de lo que suponíamos.
Después de estar toda la noche caminando, solo dos personas llegamos por fin al hotel cuando ya amanecía, las otras dos se habían quedado en una estación del camino esperando a que se restableciese el servicio ferroviario y desde ahí llegar a la estación de Koshigaya. Es normal que luego de esta paliza las tres personas que tenían pensado subir al Fuji ese mismo día se replanteasen la ascensión. Cuando nos levantamos más allá del mediodía las fuerzas flaqueaban tanto que uno de nosotros decidió no subirlo. Con lo cual solo quedábamos dos con la certeza suficiente para decidir coronar la cima de la montaña.
No obstante los problemas no acabaron ahí, uno de los miembros del otro grupo de tres, vino a buscarnos al hotel para ir juntos a donde se había quedado con quien más ganas tenía de ascender el Fuji, era sin duda quien se había informado más de como llegar y como subir el volcán. Pero como nos habíamos levantado muy tarde, entre que poníamos a punto los preparativos y entre que salimos hacia Shinjuku dos horas tarde, cuando llegamos ya no estaba. Estuvimos esperando un tiempo en Studio Alta, lugar habitual donde la gente suele quedar, pero no lo encontramos. Así que supusimos que había decidido irse solo a subir el Fuji, de esta manera, sin guía alguno que nos llevase hasta allí decidimos ir por nuestra cuenta. La aventura ya se presentaba la mar de difícil, habíamos perdido al único de nosotros que sabía como llegar, además de ser el único que dominaba mejor el japonés.
Pero gracias a la ayuda de una ciudadana que hablaba inglés pudimos saber que tren coger para llegar hasta el monte. Debíamos coger la Chuo line hasta la parada final de Otsuki, y desde allí coger la línea especial del Fuji llamada
Fujikyu, desde la cual se puede arribar a las estaciones de Kawaguchiko o Fujiyoshida, enclaves importantes para la ascensión o para la contemplación del monte desde uno de sus lagos.
Cuando ya había anochecido llegamos a la estación de Kawaguchiko, encontrándonos con la sorpresa de tener que pagar el trayecto de la Fujikyu, dado que con el JRPass no podíamos pasar gratis, el precio supuso un poco más de 1000 yenes. Pero cuando me disponía a pagar no encontraba mi monedero, así que supuse que me lo había dejado dentro del tren que en ese momento se estaba yendo. Corrí detrás de él por el arcén y las vías hasta que el conductor me vio y paró. Sin embargo dentro del tren no encontré nada, amablemente me disculpé y volví para luego, a través de mis amigos, darme cuenta que me había dejado el monedero, en un descuido, encima del mostrador. Este percance, aparte de ridículo para los tres, nos hizo perder el último autobús que desde la estación de tren nos hubiese conducido hasta el punto 5 de Kawaguchiko desde el cual comenzar la subida. Por lo tanto, después de preguntar a varios transeúntes, llegamos a la conclusión que la travesía al Fuji tocaba a su fin sin haber comenzado siquiera.
Durante esos momentos de desilusión e incertidumbre fuimos a una tienda 24 horas donde comprar algo para picar mientras esperabamos que se nos ocurriese algo para no acabar así la aventura al monte sagrado. Mientras compraba unos onigiris y unas galletas de chocolate se me ocurrió comprar una linterna por si finalmente conseguíamos escalar el Fuji. Habitualmente, la ascensión se realiza desde el punto 5 unas horas antes del amanecer, para una vez llegado a la cima poder contemplar la salida del Sol en todo su esplendor. Por tanto, mi idea era que si conseguíamos llegar hasta el campamento base de Kawaguchiko nos haría falta una linterna. Pero en esos momentos esa idea parecía muy lejana dadas las circunstancias.
Fue entonces cuando mientras estábamos comiendo sentados en un banco se nos acercó un taxista que nos proponía llevarnos al punto 5 a un precio que consideramos demasiado caro, sin embargo, nos propuso otra alternativa, llevarnos hasta un punto situado entre la estación de tren de Kawaguchiko y la estación base o punto 5 de mismo nombre. En el mapa que nos había sacado, la distancia entre el punto señalado y el punto 5 no era muy grande, así que supusimos que podría ser una buena idea, dado que nos ahorrábamos un poco menos de la mitad que con la otra opción y si todo salía bien conseguiríamos hacer cima en el Fuji cuando todo apuntaba a todo lo contrario. Después de acceder a su propuesta nos pusimos en marcha hacia el lugar indicado.
Durante el recorrido tuvimos nuestra primera idea de como era Aokigahara, un gran bosque que a lo largo de la noche no deja ver nada de lo que se haya entre sus entrañas. Supusimos que el trayecto iría más allá del mar de árboles, pero nos equivocamos.
El lugar donde nos dejó el taxista era una explanada en mitad del bosque, donde se alzaba una amenazante y tenebrosa gran
torii de piedra, seguida de unos escalones flanqueados por farolillos de piedra que subían hacía un lugar que la oscuridad no nos dejaba ver. En esos momentos para los tres aquel lugar parecía la misma entrada del infierno.
Debatimos entre nosotros si pagar más e ir al punto 5, o si quedarnos donde estábamos y desde allí mismo comenzar a subir. Finalmente debido a que previamente había comprado la linterna fuimos 2 contra 1 en quedarnos y ascender. Sin embargo la luz de la linterna no iluminaba tanto cuando las luces del taxi se apagaron. Aún así, decidimos comenzar la ascensión.
Donde el taxi nos había dejado no había pendiente alguna, era a partir de la torii que comenzaba la verdadera subida a la montaña, en los mismos pies del Fuji. Si la montaña se dividia en varios puntos del 5 al 10 nosotros nos encontrabamos en aquel momento en lo que denominamos el punto 0.
El lugar donde nos encontrabamos era uno de los puntos en la ruta de Yoshida, una ruta que recorre parte del bosque y casi toda la montaña, aunque debido a su desuso no es muy frecuentado, salvo para aquellos que quieran hacer de la subida un mini-camino de Santiago. Durante el recorrido de esta larga ruta se han avistado osos al amanecer, debido a ello se recomienda a los caminantes que no salgan del sendero, dado que los osos normalmente huyen de la presencia humana, y si en un tal caso alguna persona se topara con alguno se hiciera la muerta. Pero todo esto, en ese entonces lo desconocíamos, solo la posible presencia de osos me perturbaba.
Desde que dejamos los escalones de piedra la ascensión no fue nada fácil, la inclinación de la subida cada vez se hacia más notable, la oscuridad, a pesar de la linterna, no nos dejaba ver correctamente los accidentes del camino, y una tierra bastante húmeda se quedaba pegada en nuestro calzado, provocando que cada paso fuese más difícil que el anterior. Además podíamos ver como desde la lejanía se iba acercando una gran niebla espesa que abarcaba gran parte del mar de árboles, aunque aún estaba lejos no podíamos entretenernos en el camino si no queríamos acabar teniendo problemas de los serios.
Aunque habían varios pequeños senderos que cruzaban el nuestro pude ver que a la derecha de nuestro camino habían clavadas pequeñas estacas pintadas de color rojo, a veces difíciles de ver dado que se encontraban escondidas entre la maleza. Teniéndolas como referencia era poco probable que nos pudiésemos perder o confundir de camino.
Mientras ascendíamos vimos diferentes estaciones de té abandonadas, donde antiguamente los caminantes debían descansar mientras disfrutaban de una buena bebida. De las 4 estaciones que vimos solo la primera parecía estar en pie, todas las demás, cuanto a más altura estuviesen más destrozadas estaban, estando la última completamente derruida.
Después de casi dos horas de subida continuada sin descanso llegamos a una encrucijada donde nuestro camino se dividía en tres, el de la izquierda parecía bajar la montaña, el que teníamos delante se sumergía bajo una gran espesura que ocultaba el sendero antes tan claro, y el de la derecha parecía el más claro de todos, sin embargo para estar seguros, intenté encontrar alguna estaca roja, pero no hallé ninguna. Una furtiva mirada atrás nos hizo tener que decidir prontamente, la niebla que anteriormente habíamos visto en la lejanía, ahora nos pisaba los talones, aquella niebla parecía tan espesa que ya suponía una seria amenaza. Si ya era fácil poder perderse sin ella, con ella lo sería aún mucho más.
Después de decidir ir por el camino de la derecha, comenzamos a acelerar la marcha, para descubrir que el sendero escogido acababa en una explanada rodeada por una densa espesura de árboles que no daba a ninguna otra ruta. En ese momento, comenzamos a replantearnos seriamente si había sido buena idea haber decidido subir por aquel camino. Mientras uno de nosotros optaba por volver a bajar hasta la torii, cosa que ya descartamos debido a que la niebla lo impedía, decidimos volver a la encrucijada y ver que haciamos. Cuando estábamos hablando de ello, la niebla comenzó a asomarse por entre los árboles, así que sin pensarlo dos veces comenzamos a correr con todas nuestras fuerzas hasta el cruce de senderos. Al llegar ahí por un casual vi que una estaca roja asomaba entre una alta maleza, que previamente me había impedido verla desde la posición donde estaba, la estaca indicaba el camino de en medio, un camino que parecía que llevara a ninguna parte. Oscuro, casi sin sendero, con una alta y frondosa maleza, no parecía la mejor elección, pero con la niebla susurrándonos al oído no lo dudamos. Tras recorrer unos cuantos metros nos topamos con lo que parecía un muro, la mirada a izquierda y derecha solo nos indicaba que aquel muro parecía que cortase al bosque por dos, era tan largo como la vista en la oscuridad nos permitía ver. Pero como no podíamos preguntarnos muchas cosas, dadas las prisas, observamos que con ayuda podríamos superarlo, así que después de escalar con esfuerzo el muro vi que me encontraba en mitad de una carretera, desde ella podía ver la plenitud del bosque bañada por aquella niebla blanquecina que le daba un tono aún más tenebroso, ayudé a subir a mis dos compañeros, y por fin con alegría celebramos haber superado el gran obstáculo de Aokigahara.
Una vez volvimos a colocar a nuestras espaldas las mochilas y de haber recorrido unos metros nos topamos con una casa de descanso, donde los escaladores que atravesaban en coche Aokigahara podían descansar y comenzar la subida desde la ruta de Yoshida y no desde la frecuentada Kawaguchiko, la más concurrida de las cuatro que nacen desde un punto 5. Allí pudimos descansar y recuperarnos del cansancio.
Cuando nos levantamos, ya hacía tiempo que había amanecido, con lo cual la idea de poder ver la salida del Sol desde la cima se desvaneció. Aún así el hecho de haber atravesado Aokigahara la noche anterior nos daba fuerzas para hacer cima fuese cuando fuese. Con los ánimos recargados salimos fuera siguiendo el único camino que había para subir, y de esta manera encontrarnos al poco tiempo una señalización que nos indicaba que nos hallábamos en el punto 6.
A partir de aquí la primera parte de la ruta hacia la cima fue la más accidentada, rocas con la humedad de la mañana formaban el camino, solo habiendo unas cadenas para sujetarse e impedir una posible caída más que dolorosa. Superado este largo obstáculo, la ascensión no se hacía muy complicada. Debido a que durante la ruta nos íbamos encontrando áreas de descanso donde descansar, comer o comprar desde palos de escalada a oxígeno, se hacía mucho más agradable que la ardua subida por el mar de árboles.
Sin embargo, mientras subíamos más y más comenzamos a notar el mal de alturas. Primero con la sensación de falta de aire, cada paso suponía un esfuerzo descomunal, era desalentador, ver que aun habiendo subido un largo trayecto todavía no podíamos vislumbrar la cima. Después el mal de alturas comenzó a transformarse en nauseas, que mientras se fuese picando algo se iban aguantando, gracias a unos palillos estilo Mikado, pero que sin embargo no lograban engañar al terrible hambre que tenía. No comía desde la estación de tren de Kawaguchiko, y tan solo fueron un par de onigiris, galletas y alguna bebida con gas. Sin embargo, el mal de alturas se presentó más fuerte en uno de mis dos compañeros, a quien a parte de nauseas los dolores de cabeza le impidieron hacer el ascensó con normalidad. A cada estación de descanso donde parábamos, menos ganas teníamos de hablar, de pensar e incluso de proseguir. Por mucho que descansáramos no había manera de seguir con fuerzas hasta el siguiente punto de reposo. A veces cerrábamos los ojos unos instantes y luego nos dábamos cuenta que durante cinco minutos habíamos estado como estatuas de piedra vivientes de pie en mitad del camino.
Después de superar todas las estaciones de descanso del punto 6 del punto 7 y algunas del punto 8, por fin vimos la cima. Eso nos alegró más de lo que esperábamos, la meta cada vez estaba más cerca. Personalmente pensaba que después de las dos últimas noches, la caminata por Saitama y la travesía por Aokigahara, llegar a la cima era toda una obligación.
Pero antes de pensar en llegar a la cima, preferíamos pensar en llegar a los objetivos previos que nos quedaban, un par de estaciones del punto 8 y la torii emblemática del Fuji que representaba el punto 9.
Poco a poco las fuerzas iban flaqueando más y más, y una vez dejadas atrás todas las estaciones de descanso, comenzamos a separarnos entre nosotros, uno se quedó muy atrás pareciendo que le iba a resultar imposible proseguir, yo cada paso que daba me era un mundo, un esfuerzo descomunal que no me permitía ir como hubiese deseado, y mi otro compañero parecía más entero y fue ascendiendo poco a poco. Sin embargo, cuando ya había superado el punto 9, el esfuerzo le pudo y estuvo largo rato sentado sin mostrar asomo de poder continuar. Tiempo después llegué hasta él y después de preocuparme por su estado y de gritar interesándome por la del otro, que se encontraba mucho más atrás, continué hacia la cima. Cuanto más cerca estaba más fuerzas me parecían volver, solo deseaba llegar y que todo acabase. Cuando llegué a las escalones que eran la antesala de la cima, eche otro ojo atrás y observé que mi otro compañero ya se había puesto de pie y estaba de nuevo ascendiendo con las fuerzas restablecidas, mientras el otro, al cual le había dejado una chaqueta militar en el casal hotel, debido a que su polo estaba totalmente húmedo del sudor y no tenía recambio alguno, estaba tendido en el suelo, dando una imagen que junto al color de la tierra del Fuji parecía más una escena de un moribundo de guerra, a no ser por toda la gente que pasaba por su lado con ropa deportiva de colores luminosos que se lo quedaban mirando mientras continuaban caminando.
Al poco rato llegué a la cima, donde en unos bancos de madera que habían al lado de una mesa pude descansar por fin. En ese momento no me fijé demasiado en como era la cumbre, para mi lo importante era que había subido hasta ella, que había coronado la montaña sagrada del Japón. Unos momentos después, llegó mi otro compañero que después de sentarse en el mismo banco se puso a descansar. Pero el hambre no nos dejó disfrutar demasiado de nuestro merecido descanso, delante nuestro se alzaba un restaurante de
ramen, de donde provenía un olorcito que no hacía más que despertar nuestras ansias de comer. Entramos y pedimos unos buenos boles de ramen junto a un par de bebidas de
CC Lemon, para nosotros ese fue el mejor ramen que habíamos comido en nuestras vidas, desde entonces no he vuelto a probar uno tan delicioso como ese. Al salir del restaurante, vimos que nuestro otro compañero había llegado y se había puesto a descansar tirado sobre la mesa de madera, cosa que nos hizo reir a los dos.
Las carcajadas dejaron paso, a un interés renovado por inspeccionar la cima de la montaña, una cima mezcla de colores entre grises, marrones y verdes fuertes, después con la cámara de fotos, llegué hasta la boca del volcán, profunda y dormida hasta quien sabe si para la eternidad. A lo lejos había un pequeño santuario en honor a Sengen la diosa del Fuji, pero como estaba demasiado lejos y las fuerzas aún no daban para tanto, decidimos no ir.
Desde la cima podíamos contemplar aquel espectáculo que nos proporcionaba aquella privilegiada altura, después de 9 horas de ascensión desde que salimos de aquel salvador hotel por fin nos hallábamos en el techo de Japón. En ese momento, todos los problemas y contratiempos de los últimos días quedaban atrás para hacer hueco a la inmensa alegría que suponía estar ahí arriba. Pero era momento de dejar los pensamientos atrás y comenzar a bajar, no sabíamos aún como lo haríamos para volver al lugar donde comenzó todo, la estación de tren Kawaguchiko.
Sabíamos que algunas personas aprovechaban algunos caminos de bajada para descender rápidamente usando una tabla de cartón que llevaban para la ocasión, pero nosotros no sabíamos en ese momento que caminos podrían ser. Éstos eran los descensos de Subashiri y Gotemba, y solo durante un trayecto determinado no durante toda la ruta. Aún así seguimos a varios jóvenes que iban con tablas de cartones en la mochila, y que bajaban por un lugar cercano a donde habíamos subido.
La bajaba no resulto ser nada fácil, había demasiada pendiente y sumado a la gran cantidad de piedras que formaban el camino era sencillo resbalar y caer, cosa que sucedió varias veces. Debido a la lentitud de nuestro descenso fuimos perdiendo a los jóvenes que teníamos delante. Más adelante, la niebla hizo acto de presencia, no dejándonos ver adecuadamente el camino, cosa que hizo aún más ralentizar nuestra bajada, aunque comparado con la que nos seguía la noche anterior esta nos la tomamos a broma. Cuando ya llevábamos casi un par de horas de bajada nos encontramos de nuevo con el bosque de Aokigahara, aunque esta vez íbamos por un camino más amplio, acompañado de más escaladores, y por supuesto era de día. Sin embargo, la niebla ahí era mucho más espesa que en la montaña y no te dejaba ver nada que estuviese a más de un metro de uno.
Nos sorprendió no ver a los chicos que llevaban las tablas de cartones, solo los vimos al principio y luego ya no los vimos más. Esto se debió a que los caminos de Subashiri y Kawaguchiko confluyen a unos 800 metros previos a la cima, luego se bifurcan en dos caminos por separado, que necesariamente no han de ser los mismos que los de la subida. Salvo la ruta de Fujinomiya, los demás caminos tienen partes de ascenso y descenso por separado.
Después de una media hora andando por Aokigahara, llegamos al punto 5 de Kawaguchiko. Esperábamos encontrar un par de hoteles y poco más, pero era todo un pueblo entero, con sus casas, sus tiendas, sus parkings, era como un pueblo misterioso en mitad de otro misterioso bosque. Cuando todavía no sabíamos ni donde dirigirnos la densa niebla hizo acto de presencia, ocultando al pueblo por completo, solo veía la parada de autobús que tenía al lado, todo lo demás había desaparecido entre la blanca espesura. Sin duda parecía todo un pueblo fantasma, hasta que la niebla dejó pasó de nuevo a la vida del pueblo, volviendo a ver gente moviéndose de aquí para allá.
Cuando hubimos acabado de ver tiendas de souvenirs y tiendas de comida, decidimos mirar que autobús coger para que nos llevase hasta la estación de tren, pero para nuestra sorpresa, el último se había ido media hora atrás, justo cuando llegamos al pueblo. Fui a preguntar si habría otro para ese mismo día, pero solo obtuve la respuesta que hasta el día siguiente no habría otro. Me quedé pensando en este nuevo percance que teníamos cuando vi llegar otro autobús del cual bajaban una veintena de jóvenes que dirigidos por varios adultos y al grito de Banzai ansiaban hacer cima en el Fuji. En ese instante, uno de mis compañeros me dijo que había encontrado una pareja que se ofrecían a acompañarnos hasta la estación de tren en su coche. Rápidamente fuimos hacia allí, y después de agradecerles el gesto, nos introducimos en su gran monovolumen para dirigirnos hacia Kawaguchiko.
El trayecto se hizo ameno con conversaciones en inglés sobre nuestra aventura, nuestros percances y alguna que otra referencia a España, país por el cual tenían cierto interés, dado que años antes habían ido a visitarlo. Después de un rato, llegamos a la famosa estación de tren, donde luego de despedirnos de nuestros acompañantes fuimos a finalizar esa gran aventura.
Al regresar a Saitama, descubrimos que el compañero de viaje que estuvimos esperando en Studio Alta, pensó que no subiríamos y volvió al hotel para llamar a ver que sucedía, al ver que nosotros ya habíamos ido a subir al Fuji, propuso a uno de los que se había quedado en Koshigaya si quería ir con él a subir la montaña, éste le respondió que no. Toda una lástima para la persona que más ganas tenía de subir al Fujiyama. Seguro que en otra ocasión lo realizará con menos problemas que nosotros. Por otro lado, viendo que nos retrasabamos de nuestra escalada al monte, los dos compañeros que se quedaron en Saitama pensaron que nos habíamos perdido y si tardábamos más contemplaban la idea seriamente de llamar a la policía. Sinceramente, en parte no les faltaron motivos.